Volvemos al cuaderno



No abandono el cuaderno. Ni mucho menos. Son ya varios años de espacio compartido con amigos y familiares, siguiendo la evolución del espacio de terreno que heredé de mis padres y puesto al servicio de la biodiversidad. Anoche me decía mi padre que hacía años que no veía lagartos en la zona del cortijo.

- Están todos refugiados en la Huerta de los Frailes- contesté-. Hay más que nunca. Los muros de piedra les sirven de apartamentos.

La aceituna la recogeremos la primera semana de enero. Yo tengo unos días de descanso, Claudia está de vacaciones escolares y Damián volvió unas semanas de su erasmus en Eslovenia. Pablo este año no nos acompaña, ocupado con sus tareas turísticas. Tampoco hay tanta, por el pequeño número de olivos que tenemos, apenas unos 160, aunque este año tienen una media cosecha. Con suerte llegaremos a los tres mil kilos. Para el gasto de aceite del año, el descuento de la amortización de la cooperativa que me corresponde, y el aceite que regalo a los amigos.
La recogida es un rito anual que nos confirma como jiennenses. Nos sentiríamos forasteros de no hacerlo. Por eso cada año, mis hijos y yo, nos rebozamos y pringamos con el olor a aceituna espachurrada en nuestras manos, el dolor de las uñas urbanas de tironear de las mantas, y las agujetas que nos inmovilizan la mañana del segundo día, y nos acompañan hasta el final de la partida que suele durar cuatro o cinco días. Menos mal que Damián está con nosotros. Es el que utiliza la vibradora que nos prestan mis hermanas. Su fortaleza física es la clave de esta tarea sencilla pero dura para los que tenemos las carnes fofas de estar sentados todo el año.

El último semestre del año ha estado marcado por la demolición del cortijo en el viví muchos años de mi infancia. Adosado a la antigua iglesia del convento, disponía de solo tres habitaciones: el salón-comedor-cocina con su chimenea encalada de grea, y dos dormitorios, el de mis padres y el que compartía yo con mi hermano y hermanas; después la cuadra de los mulos, que accedían desde la puerta principal a través de la estancia de la chimenea. Aparte, el corral, en la parte trasera, para las gallinas y conejos, que ocupaba el antiguo cementerio del monasterio.


Las piedras de sus muros los estuve poco a poco trasladando a la huerta con el fin de usarlas para las terrazas o para el perímetro de ella. Ahí me esperan apiladas para cuando encuentre el tiempo en el que pueda usarlas.

La demolición nunca debería de haberse producido. Es cierto que el tejado estaba en situación de derrumbe, pero es un edificio que pertenece al paisaje histórico de este monasterio. En su día solicité al alcalde de Carchelejo que en la nueva redacción del Plan general de ordenación urbana estableciera alguna protección para el conjunto del monasterio. No lo ha hecho. En su día desapareció el ábside de la iglesia; después se modificó la altura de ella; y ahora esto. Existe muy poca sensibilidad colectiva para proteger nuestro patrimonio. Así nos va.
Sólo quedan cinco gallinas, y además no ponen huevos. El gallo pasó al estómago de algún zorro. Las yeguas están bien, aunque no encuentro tiempo para sacar el estiércol de la cuadra.
El otoño está siendo muy seco. Pareciera que vamos a cambiar de ciclo. Tal vez hay que decir adiós al agua de los últimos años.

Comentarios

Entradas populares de este blog

No puede ser tanta estupidez y crueldad