Somontano



Esta semana hemos trabajado mucho en la comarca de Somontano, en la provincia de Huesca.
He vuelto maravillado de una zona de influencia pirenaica y mediterránea, dura, seca, y al mismo tiempo, rica en agua, donde el olivo es una reliquia que ha perdido la guerra con la viña. El vino es el rey de esta tierra diversa, que ocupa las tierras más llanas, dejando a los olivos los riscos, las pendientes de las laderas rocosas, en escaleras pronunciadas desde los fondos de los cañones hasta lamer los muros de caserones, abadías y castillos. Es tierra de cuentos, recuperada para soñar. Los habitantes han ido dejando el arado, el tractor y el cayado y se fueron a las fábricas del cinturón de Barcelona. Los hijos de los valientes que se quedaron hoy han abierto restaurantes y hoteles donde un día comieron y durmieron las ovejas, los mulos y bueyes. Y algunos crian un vino excelente para deleite de las mesas de los viajeros.
Las variedades verdeña, negral y alqueztrana son las más comunes de la zona que cuenta con un total de diecinueve variedades. Sus troncos tienen las arrugas propias de la edad de sus monasterios. Muchos de sus muros de piedra que sostienen la tierra de sus terrazas se desmoronan en el abandono, invadiendo la maleza sus pies, creciendo sus cabelleras sin control, en un envejecimiento acelerado, como un aquelarre que grita en toda la falda de la montaña.
Sobre los cortados rocosos planean los buitres, o tal vez, los quebrantahuesos, mientras el silencio es de convento de clausura en las profundas cárcavas de piedra, donde los almezes, higueras y boj viven a los pies de los rios de agua.
Somontano es color de barro, aroma de vino y sonido de campanas.

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