La pera del marqués






Mi padre llegó pronto con Alejandro, su nieto, que le servía de lazarillo para transitar el camino de tierra desde la casa de mis hermanas hasta mi cabaña, aunque es un camino que conoce bien pues aquí crió toda su vida sus hortalizas. Eran las diez de la mañana, el cielo lucía un azul limpio, que anunciaba calor, pero no con la mala leche de los días que vienen calentados por los vientos del Norte de África.

Recogimos un carrillo de peras del suelo para las yeguas y un par de cestas del árbol para las casas. La tarea nos llevó a la nostalgia de las frutas perdidas que se criaban en la zona.

-Pues este año el peral del "marqués" del Olivar Bajo ha dado una buena producción. Es el único ejemplar que queda-afirma mi padre-. Se perdieron las peras de Roma de la Cañada del Estanque, las sanjuaneras de los Patines, y las de limón del Hoyo de los Albejones.-Toma una pausa con la vista perdida en el recuerdo de los sabores que ya no volverán pero que están muy vivos en su paladar y que han formado parte de su vida en estas tierras y donde cada fruta pertenecía a una época del año, y añade-. Con las de Roma tu madre hacía unas peras cocidas para chuparse los dedos.

-¿Y qué podemos hacer aún para salvar las variedades antiguas que todavía siguen en pie?-le pregunto yo, como siempre tratando de buscar salida a cualquier problema y no regodearme en él-.

Mi padre habla de injertar las variedades antiguas en perales jóvenes ya crecidos. Pero yo le advierto que no tiene sentido que variedades nuevas en plena producción en la huerta las dediquemos para injertarles otros.

-Lo más razonable es la propagación de semillas a partir del fruto maduro. Es lo que indica el sentido común. De ahí debe nacer un árbol que después debe dar frutos del mismo tipo.-asevero yo sin mucha seguridad porque no conozco bien el mundo ese de las reproducciones vegetales, las selecciones genéticas, los injertos etc.-.

-Claro, de la semilla de una pera del marqués debe nacer un peral del marqués. Pero aquí nunca lo hemos hecho así-afirma mi padre-.

-Cojamos semillas de las frutas maduras de esos árboles viejos de la zona, las sembramos en macetas y cuando crezcan los trasplantamos al terreno definitivo.-añado, ya metido de lleno en la acción imaginaria-.

-Puede ser una buena idea-compartió mi padre con mucho entusiasmo-.

Sin pensarlo dos minutos decidimos que esa iba a ser nuestra gran tarea de la mañana. Alejandro ya se había marchado aburrido de escuchar nuestras disgresiones reproductoras. Nosotros ya estábamos cogiendo el coche para llegar a ese peral del marqués del Olivar Bajo dando un rodeo por Cazalla puesto que el carril más directo es muy pendiente y mi padre dice que está en malas condiciones. Ambos contentos: mi padre porque seguramente se siente de una gran utilidad por sus conocimientos; y yo porque me satisface ese interés de abrir caminos para la conservación de las especies autóctonas en desaparición y que es muy importante para la biodiversidad.

Ya de camino, a la altura de Fuente Alta, lindando con el camino, nos fijamos en un viejo ciruelo de la variedad "Reina Claudia", al que nunca había prestado atención, cargado de ciruelas maduras.

-De éstos tenía un montón en La Vegueta. La vendí y no sé si quedan vivos. Tu madre hacía una mermelada especial. La Vegueta era la mejor tierra que tenía. La tuve que vender para pagaros los estudios en Jaén-lo decía mi padre sin bajarse del coche mientras yo ya estaba probando las ciruelas y comprobando lo suaves y dulces que son, y metía cuatro o cinco de ellas en el coche-.

Pero a mi derecha, a unos veinte metros, observo un peral viejo, exhausto, con la mitad de las ramas secas y el tronco resquebrajado, y colgándoles de las pocas ramas con hojas verdes unas cuantas peras y se adivinaban un buen montón en el suelo.

-Voy a coger también de aquel peral-dirigiéndome a mi padre que aún permanece en el coche, y añado-. Aunque como alguien me vea va a pensar que estoy robando peras. Es imposible que piense que sólo tomo dos o tres y del suelo con la intención de extraer las semillas para reproducirlas y así evitar que desaparezcan.

A mi padre le debió parecer que efectivamente seríamos tomados por ladrones y entonces dio la solución.

-Si me bajo y me ven contigo, que soy un abuelo y los propietarios de la zona me conocen, van a tener claro que no estamos robando. Nadie va pensar que yo que de siempre tengo un montón de frutales voy a estar cogiendo peras a otro.

Es verdad que la relación entre los propietarios de su edad era extraordinaria y jamás nadie tomaba nada de otros. Pero las buenas costumbres y valores se han perdido y los de su edad quedan pocos con vida.

-Espero que el que nos vea sea tan viejo como tú para que te conozca, siempre que conserve mejor vista y destreza que la tuya, porque si no, tendremos problemas -añado yo mientras camino hacia el peral-.

En ese momento se oye arrancar una moto de una de las casas de Fuente Alta, a unos cincuenta o sesenta metros de nosotros. Pensé que nos habían visto y venían a llamarnos la atención. Mejor ir a verlo y no esperar que venga. Me sentía estúpido. Arranco el coche hacia la moto y este pasa de largo. La persona está con casco y va cargado de cajas a los lados de la moto, donde parece transportar herramientas, sacos y frutas. Le toco el claxon, indicándole además, con la mano, que se detenga. Lo hace, y cuando estoy a su altura, se quita el casco. Reconocemos a Francisco, el que fue conductor del autobús Alsina de Carchelejo a Granada, desde hace unos años jubilado. Le saludamos y le contamos nuestro proyecto. Nos informa que él tiene allí, en Fuente Alta, diferentes perales viejos, incluido uno del marqués, y que lleva en los cajas de la moto peras de agua que acaba de recoger. Me da dos para las semillas. También nos indica otros frutales de la zona y sus propietarios, y por supuesto, le parece extraordinario que de sus árboles cojamos frutas.
-Te lo agradezco, vamos a intentar evitar la desaparición de todos estos frutales autóctonos cuyos plantones ya no se venden en el mercado.-termino yo diciendo mientras arrancamos la moto y el coche-.
Llegamos a Cazalla, que es una cortijada que tiene sus orígenes como poblamiento con los árabes y tal vez con los romanos por los restos encontrados, que disponía de una pequeña fortaleza de defensa, y que estuvo habitada hasta le emigración de los sesenta y setenta donde se abandonó el campo, y que además es donde acudí por primera vez a la escuela. Ahora las casas están siendo reconstruidas, aunque no con demasiado buen gusto. Hay una de ellas que ha construido una cancha de baloncesto en su puerta con cemento verde, destrozando todo el espacio de las antiguas eras que había delante de las casas. Al pasar nosotros hay un señor limpiando un coche.
Tomamos el camino que va paralelo al cauce del agua que ahora va seco, a diferencia de esta primavera que recuperó un gran caudal tras las intensas y prolongadas lluvias de todo el invierno. Dejamos a la izquierda el cortijo el Llano de los pesebres y sobre un altozano, el de Puerto Rico, que dice mi padre que era propiedad del veterinario de Campillo de Arenas, el que vivía en la casa que ahora ellos habitan en el pueblo.
Ya en el Olivar Bajo recogimos la única pera del marqués que le quedaba al árbol.
Regresamos por el mismo camino pero con parada en Fuente Alta. Junto a su viejo estanque, alimentado por dos caños de agua, lleno, de aguas cristalinas, hay un laurel de un porte soberbio que perfumaba el entorno, y librando una batalla campal con una enorme zarza y una higuera, asomaba un peral del marqués cargado de fruta.
Al final de la excursión teníamos unas siete variedades de peras, manzanas y ciruelas. Dejé a mi padre en casa de mis hermanas y ya solo en la cabaña busco en mi pequeña biblioteca hortícola por si algún libro me indica cómo debo guardar estas semillas y cómo plantarse. Los libros me dicen que puedo multiplicar las plantas leñosas por semillas, que es la via sexual, además de la asexual con partes de la planta. La primera opción es la menos frecuente. Pero es posible, y efectivamente de esas semillas sale un árbol que dará frutos como los de su procedencia. Además tomo nota de los consejos de selección y conservación de las semillas. La siembra recomiendan que sea en otoño.
Por la tarde me puse manos a la obra para la extracción de las semillas, secarlas, y guardarlas en improvisadas bolsitas de tela que hice rompiendo una camisa desechada, cada una con los datos precisos de su procedencia y nombre, que introduje en una cesta que dejé colgada en una punta del techo de la cabaña.
En otoño debo recordar que duerme ese material genético ahí para ser sembrado en macetas. Esperemos que algún día tengamos hijos del peral del marqués.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Con mi padre, escribiendo su memoria de la célula campesina del Monasterio

Las huertas históricas de Úbeda en peligro

Menos mal que han salido amarillas las flores de los jaramagos