El abuelo y el nieto

- Hacía muchos años que no subía al Cerrillo de San Marcos-dice mi padre, sentado en mi recién banco de madera hecho y colocado bajo el gran pino de la planicie más alta del cerrete que siempre nos ha gustado tanto a todos los habitantes de estos parajes-.
- Os voy a hacer una foto para recordar este momento en que después de tantos años has vuelto a este sitio y has estrenado mi banco de eleboración artesana- convencido yo del momento tan especial-.
- Estoy sin la dentadura- añade preocupado mi padre ante la posibilidad de inmortalizarse con su boca arrugada y hundida-.
- Tiene fácil arreglo, la haremos de espalda.
El día lucía soleado, pero corría un viento que nos abrazaba con el recuerdo del invierno. Una bandada de abejarucos planeaba sobre el valle; las palomas imitaban a los anteriores; y la huerta destacaba con su verde refulgente entre campos de olivares con los suelos lechosos a pesar del invierno tan lluvioso, debido a las enormes cantidades de herbicidas que echan a los cultivos.
- Qué aire corre aquí en el cerro- señala mi padre, al no poder disfrutar de la vista excelente que se divisa de todo el valle, pues su vista está muy disminuida desde hace unos años-.
- Papá, aquí, donde estamos pisando, antes hubo una ermita, que seguramente se llamó de San Marcos.
- Por eso todo está lleno de trozos de tejas y se encuentran algunas piedras muy bien talladas-añade mi padre-.
- Bueno, ya tenemos otro chambao clásico de mi padre, aunque este no ha quedado tan mal, lo podemos patentar-media Pablo, recordando mi afición a ir aprovechando todos los restos viejos para construir gallinero, pajar, leñera,etc.-.
El banco, de troncos viejos y tablas, apuntalado y atado con alambres para que no se desmorone, queda poético bajo el pino, como si llevase allí toda la vida, como si ya hubiese conocido muchas historias amorosas urdidas en tardes veraniegas, y almacenado en su memoria la vida y muerte de los habitantes del Barranco del Monasterio.

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