Y llueve, llueve, llueve...
Sin parar. El cambio climático desorientado, es decir, que lo mismo te manda a la sequía más extrema o tener que pensar en construir el arca de Noé. Así andamos en estos lares del sur de Europa. Sin medias tintas. Pero ayer asomó el sol, y como me decía Juan, el de la gasolinera, parecemos ingleses, extrañados por tanta luz. Corriendo nos fuimos Claudia y yo, desesperados, a hacer cosas, muchas cosas, todas las que el día sin lluvia nos permitiera. Compramos ocho gallinas para reponer el gallinero, limpiamos la cuadra y el gallinero, arreglamos la puerta de entrada a la huerta y podamos unos veinte olivos. Cuando la luz se estaba disolviendo entre las cortinas oscuras de la noche, los riñones se resentían , y la satisfacción nos recorría desde la punta de los dedos de los pies hasta la coronilla, nos fuimos soñando con las ovejas que aún tendríamos que comprar, el burro adecuado que no encontramos, la prolongación pendiente del gallinero...Es un regalo de los dioses tener una hija como